Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 13 de octubre de 2013 Num: 971

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Lichtenberg: sobre
héroes y estatuas

Ricardo Bada

La palabra, el dandi
y la mosca

Edgar Aguilar entrevista
con Raúl Hernández Viveros

Antonio Gamoneda: sentimentalidad oscura
José Ángel Leyva

El caso de la mujer azul
Guillermo Samperio

El rival
Eugenio Aguirre

Tecnología y consumo:
el futuro enfermo

Sergio Gómez Montero

Cárcel y libertad
en Brasil

Ingrid Suckaer

Máscara
Klítos Kyrou

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


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Jair Cortés
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De la infancia y de la madurez:
Al lado vivía una niña

La infancia es un tema complejo porque, además de durar unos cuantos años, casi siempre se aborda desde el recuerdo, desde la “conciencia” de ser adultos; es decir, se habla de la infancia (como de la juventud) cuando ésta, por lo menos en términos biológicos, ya se ha ido. También es fácil caer en extremos nacidos de la idealización; recuerdo la frase de Mario Benedetti cuando afirmaba: “La infancia es a veces un paraíso perdido. Pero otras veces es un infierno de mierda.”

Al lado vivía una niña (Almadía, 2011), primera novela de Stefan Kiesbye (Alemania, 1968), trata, sorteando con fortuna los mencionados obstáculos, el tema de la infancia y el tránsito hacia la adolescencia, que participa del “bien” y del “mal”, en un mundo entremezclado con la existencia desgastada de los adultos. Moritz, el personaje central de la novela, narra la historia en la que él y su banda, “los tejones”, protagonizan una serie de “aventuras” cuyo voltaje es cada vez más alto hasta llegar a un punto en el que ya no es posible dar marcha atrás. Como paisaje de fondo podemos leer una Alemania de la postguerra llena de contradicciones y grietas, heridas que no sanan: búnkeres en medio del bosque como restos de un pasado vivo que conviven con fábricas, comercios y escuelas, en un territorio en el que “los tejones” y su banda enemiga, “los zorros”, se disputan el poder en la otra guerra, la que se comienza cuando el mundo adolescente recluta, de manera inevitable, a todo niño que crece. Moritz retrata fielmente una sociedad trastornada por su pasado, una sociedad que se encuentra constantemente bajo la presión de construir una vida que se parezca a la fantasía de un futuro pleno. La sexualidad y el erotismo como antídotos de ese trastorno, muchas veces se convierten en los principales problemas: bienvenidos al desencanto de la madurez.

En Al lado vivía una niña Kiesbye demuestra sus virtudes narrativas: dividida en breves capítulos, su prosa, en un estilo autobiográfico, es ágil, siembra suspenso en cada fragmento de la historia, revela misterios de manera dosificada y recurre a la metáfora para trascender la mera descripción de hechos. Como ejemplo, las siguientes líneas en las que se refiere a un primer beso de amor:  “Como alguien que hace días no ha bebido y que finalmente llega a un manantial envenenado, acerco mi boca a la suya. Acerco mis labios más y más y comienzo a beber.”

Novela negra, Al lado vivía una niña conmueve hasta la médula: es el testimonio que un niño nos deja desde la ternura y la crueldad, desde el descubrimiento de sí mismo y desde la invención de su destino, una historia en la que cada personaje toma conciencia, a veces de manera atroz, de su propia, e ineludible, soledad.

Inevitablemente, después de leer Al lado vivía una niña, surge la pregunta: ¿qué contarán los futuros escritores, ahora niños, que viven hoy la guerra en México?