Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 13 de octubre de 2013 Num: 971

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Lichtenberg: sobre
héroes y estatuas

Ricardo Bada

La palabra, el dandi
y la mosca

Edgar Aguilar entrevista
con Raúl Hernández Viveros

Antonio Gamoneda: sentimentalidad oscura
José Ángel Leyva

El caso de la mujer azul
Guillermo Samperio

El rival
Eugenio Aguirre

Tecnología y consumo:
el futuro enfermo

Sergio Gómez Montero

Cárcel y libertad
en Brasil

Ingrid Suckaer

Máscara
Klítos Kyrou

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Columnas:
Bitácora bifronte
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Antonio Gamoneda: sentimentalidad oscura

José Ángel Leyva


Foto: seulelavoixdemeure.blogspot

Antonio Gamoneda responde a los signos y designios inscritos en su biografía temprana. Construye su obra con la argamasa de una “sentimentalidad oscura”, determinada quizá por la atmósfera del miedo y la desesperanza vivida en su niñez, en una España transida por la guerra y la crueldad, pero sobre todo por el hecho de arribar a la lectura en el libro único en su casa, Otra más alta vida, el poemario escrito por su padre, quien falleciera en 1934. Su madre, viuda, abandonó su natal Oviedo –él con apenas cuatro años de edad–, para buscar la sobrevivencia en León. El descubrimiento de la lectura y de la poesía llegó de manera simultánea al pequeño Antonio; también la conciencia de la pobreza, el dolor y la muerte.

En Canción errónea, el más reciente libro de poesía de Antonio Gamoneda, desembocan todas sus potencias líricas y reflexivas en una especie de concierto de lucidez. Un buen tema para los psicoanalistas lacanianos, el reconocimiento del Otro que se ve morir, quedándose poco a poco huérfano de sí. La elevación del no como única verdad del lenguaje resulta escalofriante. Gamoneda nos coloca ante esa afirmación: el hombre utiliza el lenguaje para ocultar la realidad, pero sobre todo para evitar la negación de la forma, la caducidad. A su modo, Rüdiger Safranski, acude a la mitología griega, en su libro El mal, para hacer hincapié en la utilidad del olvido. Prometeo se encuentra con los hombres ocultos en las cavernas y en las sombras, sin ánimo para celebrar la belleza ni la vida, y es porque Zeus no sólo les niega la inmortalidad, los hace conscientes de la hora de su muerte. Prometeo se apiada de ellos; como no puede impedir que sean mortales, les otorga el beneficio del olvido. Tienen conciencia de su final, pero ignoran o no recuerdan cuándo.

La curiosidad de Pandora, la mujer creada por Zeus, libera los males de la caja en que los inmortales habían depositado su obsequio nocivo, como venganza porque Prometeo había entregado el fuego a los hombres. La enfermedad, la vejez, la envidia, el miedo, el odio, los celos, el crimen, la tristeza, la muerte, se riegan de inmediato por el mundo. Pandora cierra la caja justo en el momento en que el único “bien”, la esperanza, intenta escapar. Los mortales no esperan nada, aparte del destino que los dioses han determinado para ellos. Entonces, el olvido permite erigir una falsa esperanza, el deseo trasciende su realidad e inventa una memoria futura que no existe, una permanencia sin sentido más allá de la vida. “Escapamos al poder del origen gracias al don del olvido” afirma Safranski.

Canción errónea nos coloca ante la desnudez total, justo donde el no exhibe implacable su significado. El autor advierte que la poesía, en tanto generadora de esperanza, canto, es un desacierto, al menos en la experiencia íntima del autor. La insoportable, la inocultable realidad busca un bálsamo en el lenguaje, en la poesía. La esperanza, no liberada, es, según Safranski, una falsa ilusión de lo imposible. Gamoneda escribe: “Creo en la ira. Es invierno. Nieva sin esperanza./ Creo en las madres propietarias de gallinas locas, ¡cuánto amo sus huevos amarillos!/ Creo en la desaparición./ Creo en la ira./ Oigo crujir las vértebras de las madres./ Nieva./ ¡Cuánto amo a las gallinas sin esperanza!”

Gamoneda argumenta en El cuerpo de los símbolos (Huerga y Fierro Editores en España, 1997, y Cálamus, en México, 2007): “La memoria es siempre conciencia de pérdida (recuerdo lo que ya no tengo o lo que ya no es); conciencia, por tanto, de consunción del tiempo correspondiente a mi vida y, por esto mismo, conciencia de ir hacia la muerte. En mi libro Descripción de la mentira hay un renglón que viene a decir que toda mi actividad poética se deduce de la contemplación de mis actos en el espejo de la muerte.” Lápidas y Libro del frío son anunciatorios de este tono sin ambages y sin matices de Canción errónea, y casi de aceptación de lo inevitable. La poesía, en esa perspectiva, funge como composición estética de la memoria sensible, de la memoria que es representación de lo inexistente, de lo que el tiempo borra. La luz, nos dice, sólo ilumina la oscuridad, sólo la hace evidente. Ese reconocimiento no niega los instantes de felicidad, de plenitud, pero la lengua forja un sistema falso de significados. La negación del no es insuficiente para impedir su cumplimiento puntual.

El poeta insiste en despojar al tiempo histórico de su falsedad. Todas las acciones humanas, la representación del hombre, se fundan en negar la negación que lo atormenta. El lenguaje puro carece de objetividad; es un recurso para enmascarar, olvidar o minimizar la realidad, la negación de la que está hecho. El hombre sublima, crea un sistema verbal y simbólico que pretende ser memoria, trascendencia de sus límites temporales; forja mitos, utopías, proyectos, ambiciones fuera de su rango de vida para aproximarse a los dioses. Se inventa cómo ser de otra dimensión, de otra magnitud, sin reconocer que sólo se oculta en el lenguaje.

El tono de Canción errónea no se distancia mucho de la mayoría de sus libros de poemas, incluso de sus ensayos o de su autobiografía: Un armario lleno de sombra, o de Blues castellano, en el que da cauce a su voz herida por la vergüenza y el pesar, el agobio y el reclamo de libertad. La lucidez de la negación se convierte en la música del pensamiento, en su poesía, en su poética. Ya desde su primer poemario, Sublevación inmóvil lo sentencia: “Gira el mundo/ y nosotros/ esperamos la muerte.” Luego, esa misma insistencia epigonal de Canción errónea: “Sumergido en la indiferencia, desprecio/ el agua y la sed y desprecio/ la esperanza./ ¡Qué vaciedad al fin, qué desahucio.” La sentimentalidad oscura de Gamoneda lo singulariza, cierto, pero su obra es también con certeza una de las más auténticas, más luminosas y de mayor calado en la España actual.